Día de Caridad: Los obispos invitan a «potenciar la capilaridad en los pueblos y ciudades para cuidar tanto sufrimiento»

Bajo el lema “Conmigo lo hicisteis”, los obispos de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social acaban de lanzar su mensaje para la festividad del Corpus Christi, Día de Caridad, de este año, en el que invitan a “potenciar la capilaridad en los pueblos, barrios y ciudades para cuidar y acompañar tanto sufrimiento” causado por la Covid-19.

El mensaje agradece el “servicio generoso” que “durante las veinticuatro horas del día” llevan a cabo los “discípulos misioneros de Jesucristo en Cáritas y las personas que hacen posible el servicio de la caridad en las parroquias o en otras instituciones caritativas de la Iglesia”.

Este es el texto íntegro del mensaje:

“Conmigo lo hicisteis”

“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

En este tiempo de pandemia, con la convicción de que el Señor camina con nosotros, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, el Día de la Caridad, en el que estamos haciendo de las dificultades del momento una gran oportunidad para tocar las llagas de Cristo y descubrir que, detrás de sus heridas, encontramos el dolor y sufrimiento de nuestros hermanos abriéndonos al misterio de Cristo crucificado y resucitado donde resplandece la gloria de Dios.

Dios no deja jamás de estar a nuestro lado cumpliendo su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Estos “tiempos recios”, donde se necesitan amigos fuertes de Dios, invitan a recuperar el sentido de nuestra vida sabiéndonos frágiles y necesitados de salvación. Una necesidad que se hace concreta en la vida de cada día, en la projimidad, en la cercanía, en la fraternidad y en la esperanza cristiana que brotan de la Eucaristía.

En estos tiempos singulares en los que se están tomando iniciativas excepcionales para evitar y detener el contagio de un virus trágicamente mortal, todos percibimos cómo se hacen esfuerzos en muchos lugares de nuestra sociedad para proteger a las personas, a las familias, incluso a las diversas realidades laborales, de los trágicos zarandeos que han herido especialmente a los vulnerables y más empobrecidos, abriendo, así, caminos a la esperanza. En todas esas acciones vamos aprendiendo a hacernos prójimos, hermanos y hermanas. Como discípulos queremos aprender de forma nueva que es a Cristo a quien se lo estamos haciendo, y Él siempre nos responde con su acogida e infinita misericordia.

Entrega

Estar cerca de los pobres, los más vulnerables, los niños, los enfermos, los discapacitados, los ancianos, los tristes y solos, los agobiados por la pesadumbre de la existencia nos cansa, bien por lo abrumador y desbordante de tantas situaciones, bien por la fragilidad que nos descubren en cada uno, bien porque nos enfrentan a nuestra debilidad. A este respecto encontramos aliento en las palabras de san Manuel González: “En la Eucaristía, está el Corazón incansablemente misericordioso, que a cada quejido de nuestros labios y a cada lágrima de nuestros ojos… responde – ¡estad ciertos! – con un latido de infinita compasión” (Un corazón hecho Eucaristía, n 107).

La Eucaristía nos ofrece el don de poder amasar de forma inseparable la caridad y la vida de los pobres. ¿Cómo vivir la Eucaristía sin estar cerca de aquellos más hambrientos, de aquellos con quienes Cristo se identifica al tener hambre, sed, estar desnudo, enfermo o en la cárcel? (Mt 25, 31-46). En esta unión descubrimos la esencia de la dignidad humana que cobra sentido al enraizarse en el mismo Jesucristo. Él, por medio del amor hecho servicio hasta el extremo, ofreciendo su vida, ha llevado a plenitud el valor de la dignidad humana haciéndonos hermanos y adentrándonos en el misterio de la donación. Esta caridad, corazón de nuestra fe y de la propia solemnidad del Corpus Christi, nos lleva a poner en las manos del Dios, que nos ha amado tanto que nos ha entregado a su propio Hijo, todo lo que somos y lo que tenemos, especialmente nuestras pobrezas y fragilidades y nos mueve al amor fraterno, pues “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus caritas est 16).

Ante el Cuerpo de Cristo tomamos conciencia de que es tiempo de potenciar la capilaridad en los pueblos, barrios y ciudades para cuidar y acompañar tanto sufrimiento. Así nos exhorta el papa Francisco: El servicio es, “en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca la promoción del hermano” (Fratelli tutti 115).

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